La herida se transforma en la fuerza que te empuja y te dice: Ahora ¡andá!
De la historia de Gabriela Arias Uriburu muchos conocen su lucha luego de que, en 1997, su marido secuestrara a sus tres pequeños hijos y los llevara a vivir a Jordania. Pero la historia de su reconstrucción interna y de su trabajo por otras personas no es tan conocida, menos aún su proceso actual en que, tras concluir su función materna luego de que sus hijos Karim, Zahira y Sharif, ya adultos se independizaran, ella decidió dedicarse prioritariamente a sí misma.
Gabriela Arias Uriburu dice: «Estoy en un momento donde, como la niña del cuento (aludiendo a Zapatos Rojos, el hilo de su último libro «Salvaje o domesticada»), estoy parándome sobre mis propios pies, sobre mi propio sostén, mi propia autonomía y mi propia autoridad para ser autora de mi vida. Estuve 21 años desarrollando un puente entre Occidente y Oriente, trabajando en los vínculos, haciendo todo lo que hice por mis hijos y por todos los niños del mundo porque también me fui hacia una conciencia colectiva con respecto a los derechos del niño en estas historias”.
Cuando hace dos años y medio su hijo menor, Sharif, se graduó de la universidad, los reunió a los tres y les dijo: “Yo ya cumplí, ahora vuelvo a casa a desandar y a empezar a ocuparme de mí”.
Este es el proceso que Gabriela propone a las mujeres: “Tenía que curar heridas; es importante en nuestra historia curar las heridas porque lo que puede ocurrir es que no la cures y sea el legado que le dejes a tus hijos; cargas, patrones, memorias de dolor, creencias.
Yo decidí, hace tiempo, hacer lo que tengo que hacer con mi herida. Me hice cargo, la miré y empecé a aplicarle la medicina, y hoy te podría decir que estoy en algo muy inédito para mí que es estar en mí”.
“Yo me rescaté a mí misma”
Gabriela Arias Uriburu podría haberse quedado en su rol de madre heroína pero comprendió que el llamado de la mujer va más allá de su rol de madre.
“Estoy llevando a cabo algo completamente diferente que es haber entregado los hijos a la vida y ocuparme de mí. Esta ha sido una enorme tarea al asumir mi persona, mi lugar y ser yo mi propio sostén. Ellos se están ocupando de ellos, con lo que hay, no con ‘vos deberías, necesito que me mires’.
Me estoy dedicando a la mujer porque yo me rescate a mí misma. Yo venía de trabajar la familia, el lugar del niño en la familia y después empecé a darme cuenta que la madre es gracias a la mujer primero. Muchas nos hicimos madres repudiando o repudiadas en nuestro lugar de mujer y es ahí donde el rol de la madre empieza a tener grandes conflictos porque el alimento de la madre viene de tu ser mujer.
Empecé a hacer esta tarea tan delicada de entrar a la herida y empezar a limpiarla, a sacarle toda esa membrana que tenía. Esa es la tarea inmensa: encontrarte con lo que te tenés que encontrar”.
Este proceso lo volcó a su último libro «Salvaje o Domesticada» que, además, es un manual de trabajo fruto de un taller que viene desarrollando con Paula Wassner desde el enfoque de las Nuevas Constelaciones familiares. “Los talleres que ofrecemos son movimientos sistémicos, o sea, nos sentamos a trabajar en el campo con la herida, con el dolor, con tu historia, con tu realidad”, explica Gabriela.
«La invitación es a estar en uno, de llegar a ese lugar en el que ya nada nos puede dañar porque estamos con nosotros mismos».
Los zapatos rojos, desde la mirada de Pinkola Estés
El cuento “Los zapatos rojos” de Hans Christian Andersen es un cuento muy conocido que fue reinterpretado por Pinkola Estés en su libro «Mujeres que corren con lobos» y de allí lo tomó Gabriela Arias Uriburu para sus talleres y su último libro.
«El cuento trata de una niña que crece en una vida humilde y a la vez alegre porque ella estaba en la vida, en lo que hay, ni más ni menos. Ella se cose sus propios zapatos; en lo simbólico esto significa que ella teje, construye y diseña su propia vida. Pero cuando se miró con sus zapatos entró a la herida porque empezó a ver lo que no tenía.
Un buen día pasó una carroza y le ofreció todo lo que ella creía que no tenía, aparece la pérdida y la necesidad. Empieza un dolor que puede llevar a la muerte porque la niña entra a esa carroza de oro lujosa y comienza la dependencia de algo para crear una vida de ilusión”.
Las carrozas que distraen a las mujeres
No podemos negar que la mayoría de las mujeres aún está atada a los roles que le asignaron (¿nos asignamos?) desde hace siglos: ser madres, ser las cuidadoras de la familia, ser la segunda detrás de los hombres, etc. Pero, sobre todo, el no permitirnos ser nuestra propia prioridad y atender primero nuestra hambre de sentido, de realización de lo femenino.
Gabriela dice: “Hay diferentes tipos de carrozas, lo que trae este cuento es la carroza de la pérdida y de la necesidad, o sea, del hambre. Ella entra en la carroza y empieza a transitar una vida que no es de ella sino de otra persona y empiezan las trampas: las creencias de la otra persona”.
En el cuento Zapatos Rojos, la trampa se muestra disfrazada de la mujer que acoge a la niña y que no la deja ser como ella es por lo que empieza a asumir la creencia de esa mujer. La mujer quema toda la ropa de la niña, lo que simboliza la quema de su propia identidad para tomar otra.
Gabriela lo explica en términos de la mujer real: “La niña empieza a tomar esa identidad y pierde su origen. Al perder el origen se empieza a danzar el baile de la necesidad y aparecen las ansiedades, los miedos, las persecuciones porque estás vestidas de algo que no es tuyo, que no sos vos”.
Es lo que llama Pinkola Estés el hambre del alma. “El alma tiene que ser alimentada y eso es algo que no nos han enseñado”, dice Gabriela.
“Alimentar el alma es tu arte, tu creatividad, tu pulso vital, tu baile, tu forma de mirar la vida, tu originalidad. Somos piezas originales y únicas, y esto es lo que ella pierde, esa originalidad empieza a fallecer de hambre. Ahí empieza lo que ella llama la danza maldita. Se coloca unos zapatos rojos que no son los de ella y empieza a danzar la danza de otros”, dice.
Y nuevamente lo trae a la mujer actual: “Cuando no atendés el hambre del alma empezás a tener una vida oculta, una doble vida con paliativos para no sentir el horror. Hay una herida que no es atendida y empieza a tener más identidad que tu ser, que tu persona”.
¿Cómo se atiende esa herida?
Lo interesante del libro “Salvaje o domesticada” es que no se queda en lo descriptivo sino que ofrece una desafiante propuesta de ejercicios y reflexiones, además de los testimonios de otras mujeres que hicieron el recorrido que va haciendo la lectora.
“En el libro desarrollamos un protocolo, porque cada enfermedad, cada adicción, cada convulsión habla de mucho dolor que hay que desandar pero que es recuperable, es posible”, dice.
El punto de partida, muchas veces, es “tocar fondo”, llegar a nuestros límites de tolerancia de esa hambre. “En el cuento, la niña sigue danzando esa danza maldita y llega el momento en que no da más y se corta los pies. Lo que dice Pinkola Estés es que para poder realmente salir de esa locura tenés que cortar profundamente”.
Y luego de eso aparece la mujer fiera. “Una mujer fiera es aquella que ha tenido o tiene una herida pero esa herida ya no es la que comanda su vida sino que es la sabiduría para estar atenta, para estar mucho más en sintonía con lo que sos originalmente.
Es integrar tu pasión, tu intensidad, es haberte metido en túneles muy oscuros porque todos son portales. Esa herida, esa enfermedad es el portal a tu vida. Hay que cruzar ese portal, porque si salís corriendo seguís danzando esta danza frenética.
Es un trabajo de individuación, o sea, llegar a tu individuo y a tu libertad porque, si no, estás presa con tu herida. Tengo una herida, pero no es la que comanda hoy, es la que honro. Honro todos los días haber llegado a donde llegué, pero hoy aprendo a que lo que comande mi vida sea mi originalidad, mi pulsión de vida. Es una forma de vivir completamente diferente”, dice Gabriela con esa mezcla de dulzura y firmeza que la caracteriza.
Permanecer en el rol de víctima es quedarse en una ilusión
Es una gran tentación quedarse en el lugar del o la que no puede porque los otros deben solucionar sus problemas. De hecho, es cómodo quedarse ahí, pero también es doloroso y para nada calma el hambre del alma.
“Como la niña que en el cuento al entrar a la jaula espera que le den de comer, cuando esperás que te den amor, que te den lo que no te dieron vas entrando a una prisión donde lo que habla no es tu yo, sos la herida”, explica Gabriela y lo extrapola también a situaciones sociales:
“Cuando esta persona se junta con otra que está en lo mismo se convierte en un colectivo donde la voz es solo la herida, no la resiliencia para crear caminos donde estemos todos. Porque en la vida estamos todos y en la herida no. En la herida hay exclusión, la herida me excluye de todo aunque pareciera que me meto en esa jaula para tenerlo todo”.
Aun así, el victimismo también ofrece la tentación de su opuesto: “Es necesario visibilizar la herida, pero hacer venganza nos vuelve victimarios. Y eso trae más violencia, más herida, más exclusión porque, en definitiva, la herida más grande es la no pertenencia”.
La trampa se transforma en fuerza y gratitud
Hay muchas trampas en las que caemos, Gabriela Arias Uriburu marca las más frecuentes:
“La primera, cuando vos estás sentada sola y te aparece la necesidad de que te amen o la necesidad de que te vean y ahí, o te narcotizás porque no podés soportar el dolor de la necesidad, de la pérdida -porque ahí aparece un dolor ancestral al cual todos tenemos que atender-; o la ves y decís: de esto me voy a ocupar yo. Ahí pegás el salto o entras en una noche oscura del alma que va a tener un montón de trampas.
La herida se transforma en una fuerza, es la que te empuja hacia la vida y te dice: ahora ¡andá! Y entonces estás investida de esa fuerza y también de gratitud por estar en la vida gracias a esa herida ancestral. Fue mi portal”, dice Gabriela.
Y ella lo sabe por experiencia propia:
“Cuando terminó la historia yo me podría haber quedado contando esa historia. Pero fue: no, vamos a más. No soy el producto de la historia sino que soy lo que trascendí, lo que me enseñó. Fue el trampolín a trascender y eso es resiliencia.
Lo que la vida nos dice es: eso simplemente fue lo que te permitió alcanzar tus potencialidades, tus posibilidades, tus talentos. Todo el tiempo la vida nos invita a través de las experiencias. Ahora, si hay una experiencia fuerte pero te victimizas, la experiencia empieza a ser una tortuosidad que, además, se pega y entonces se hace inmensa.
Estoy naciendo de nuevo, yo he renacido antes pero con la herida. Ahora tengo la oportunidad de nacer nuevamente en una misma vida”.
VIDEO de la entrevista
PODCAST de la entrevista
Necesitamos curar nuestra herida para no legarla a nuestros hijos. Con Gabriela Arias Uriburu
Acá podés ver las otras entrevistas que le hice a Gabriela Arias Uriburu:
Gabriela Arias Uriburu. Constelaciones Familiares
Gabriela Arias Uriburu. Cita con el depredador
Monica Baum, enero 2021