Sara Levita. Constelaciones familiares

Monica Baum Entrevistas, Entrevistas completas

Honrar a la madre es agradecerle la vida y así poder girarnos para hacer la nuestra

Sara Gloria Levita es psicóloga y reconocida maestra de constelaciones familiares, es fundadora del Centro Integral de Constelaciones Athy, en la ciudad de Buenos Aires. Antes de zambullirnos en el lugar de la madre según las constelaciones familiares, repasamos a que se refiere este método que llegó de la mano de Bert Hellinger.

Qué son las constelaciones familiares

Se trata de un método sistémico y fenomenológico que invita a mirarnos como parte de los sistemas que vamos compartiendo y que se basan en los órdenes del amor, piedra fundamental legada por Hellinger que, tal ha sido su transformación que se han convertido en una filosofía de vida.

“Cuando uno empieza a constelar, a mirar su vida, su cotidianidad y su realidad con los ojos del alma, leer solo con los sentidos ordinarios deja de ser suficientes. Vas alcanzando nuevas comprensiones que te permiten reconocer esos sentidos profundos que siempre tuvo para el alma aquello que quizás desde la lógica uno no puede reconocer”, explica Sara Levita.

“Cuando empezás a mirar desde estas perspectivas vas reconociendo que aquello que vos crees suele no ser. Es como un iceberg, lo que pueden ver nuestros sentidos ordinarios es lo que sobresale del nivel del mar y las constelaciones te permiten ver lo que está bajo el nivel del mar.

Ahora bien, lo que te mantiene bloqueado no sólo tiene que ver con historias personales que pudiste vivir sino que puede estar determinado por lazos invisibles, que llamamos implicancia con los destinos y experiencias que vivieron los que llegaron antes”, y aquí entra en escena el transgeneracional, lo vivido por otros integrantes del sistema familiar al que uno pertenece.

“A mí me gusta llamarlo a esto la herencia invisible”, dice Sara Levita, “porque, así como cuando te miras en un espejo ves la genética de aquellos que llegaron antes que vos, también aparece todo lo que falta reconocer, incluso los recursos y potencias para ofrecerlos al servicio. Cuando empezás a constelar te das la oportunidad de reconocer lo esencial, algo en el corazón se empieza a ablandar y con ello se va recuperando una fuerza.

Las constelaciones no trabajan con creencias, emociones o recuerdos sino con relaciones humanas y te ofrece la posibilidad de reconocer algo de tu historia personal que estaba excluido, que faltaba reconocer o agradecer, o de la historia transgeneracional aunque quizá no tenés la menor idea. El alma conserva esa memoria y cuando la comprendés e integras podrás actuar de otro modo.

Las constelaciones son fenomenológicas, los hechos de tu vida te van a ir dando la respuesta sobre el lugar donde hoy la vida te encuentra”, concluye Sara.

El papel de la madre en la vida de una persona

La madre juega un rol preponderante en la estructura emocional y afectiva de cualquier persona y las constelaciones familiares le dan un lugar central a la relación que tengamos con ella.

La madre es el único ser en este plano que es capaz de arriesgar su vida para dar vida, de hecho muchas mueren en los partos o quedan con afecciones clínicas o psiquiátricas. Nadie atraviesa semejante prueba de amor por uno y esto deja en el alma una huella, un gran sentimiento de gratitud incondicional, aunque el hijo no lo pueda reconocer. Y ese amor hacia ella va a acompañarnos junto a los órdenes o desórdenes que experimentemos y más allá de como sea la relación que tengamos con nuestra madre; aunque no la conozcamos, aunque no tengamos relación con ella o la que tengamos no sea buena.

Una de las primeras premisas que Hellinger estableció es que, cuando hay orden en el alma, el amor fluye en la vida. Cuando uno es capaz de tomar el amor de la madre, la vida empieza a fluir, por ejemplo, la pareja, la relación con tus hijos, la economía funcionan.

Lo que pasa es que, además de habitar un alma tenemos un psiquismo y emociones. A partir de los recuerdos, inevitablemente vamos construyendo realidades que van a condicionar toda nuestra vida. Pero estos son fragmentarios, no podemos recordar las miles de expresiones de amor que nuestra madre nos brindó, más allá de darnos la vida.

No es suficiente recibir la vida, hay que tomarla

En las constelaciones familiares se utiliza el concepto de “tomar” la vida, a la madre, al destino, etc. para sacudirnos de la actitud de meros receptores y asumir la responsabilidad de nuestra vida. Sara Levita lo explica con mucha claridad:

“Todos hemos recibido la vida pero no todos la tomamos. El recibir tiene que ver con un lugar de pasividad en donde algo más grande determina que vos llegues a nacer. El tomar es un movimiento hacia adelante, implica una acción que comienza con una decisión.

Cuando nacemos tomamos ese lugar naturalmente, por ejemplo, cuando lloramos porque pretendemos ser alimentados o jugar. Pero solemos ya nacer con alguna implicancia o, por otra parte, estos órdenes empiezan a perderse a medida que vamos creciendo y muchas veces nos dedicamos a dar y no a tomar.

Es el caso cuando, por alguna implicancia, por algo que desordenó lo que traíamos al llegar a la vida, comenzamos a funcionar como si fuéramos los grandes ante la madre. Por ejemplo, una madre que perdió a su mamá de pequeñita sigue con un duelo crónico en el alma. Entonces el hijo, por temor a que su propia mamá se vaya detrás de esa madre, álmicamente comienza a ofrecerse al servicio de esa madre como si fuera el grande ante ella. De este modo, desde pequeño va a desarrollar el dar y no el tomar”.

No podemos salvar a nuestra madre de su destino

Con la mirada de las constelaciones familiares podemos comprender y resignificar la vida.

“Cuando reconocemos que nuestra madre tiene a su propia madre (por más que ya no viva, sabemos que en el plano del alma no hay muerte) y que no está en nuestras manos aligerar o salvarla de su destino, se empieza a reconocer que la mejor manera de agradecerle el regalo de la vida es girarnos y ofrecérselo a la vida. Al dejar su destino en sus propias manos no sólo se le devuelve la dignidad sino que recién ahí uno puede, como hijo adulto, girarse e ir a la vida.

Cuando los hijos creemos que está en nuestras manos salvar a nuestros padres, lo hacemos desde un lugar de arrogancia. Creer que sabemos lo que es mejor para ellos y vamos a poder solucionarles algo es una falacia. Jamás bastarán nuestras manos para hacer algo por ellos porque, tengamos la edad que tengamos, siempre seremos los pequeños ante ellos.

Obviamente, cuando los padres empiezan a envejecer y en muchos casos hay un deterioro progresivo, los hijos tienen que ofrecer ayuda a los padres por amor. Pero para que la ayuda sea una ayuda tiene que considerarse un límite, y este límite es que no sea a costa de la propia vida, no a costa de la propia pareja, de la relación con los hijos, del trabajo o de la salud, y considerar, dentro de las propias posibilidades, ofrecer una ayuda que ayude.

Como madres lo único que queremos es ver a nuestros hijos felices, también nuestras madres así lo sintieron o lo experimentan.

De qué se trata tomar a la madre y cómo tomar su amor

“Tomar” suele estar asociado con una acción más bien egoísta e incluso caprichosa, pero es en las constelaciones familiares donde recuperamos su sentido de dignidad.

Tomar el amor de la madre empieza por poder mirarla en su grandeza como hijo adulto, ir reconociendo cómo te lo brindó todo, quizá con muy poco. Es ir dejando de ser un hijo niño demandante y caprichoso. Esto no tiene que ver con lo que nos hubiera gustado recibir y no fue dado, sino comprender que no fue dado porque no lo tenía, ya que tampoco lo había tomado.

Además, reconocer que esa aparente falta estuvo al servicio de tu vida porque gracias a esa falta fuiste invitado a buscar adentro lo que no había afuera. Y, quizá desde niño, empezaste a desarrollar un camino de buscador que hoy te permite ser quién sos, terminas agradeciendo todo tal como fue. Solo en ese lugar vas a tomar y lo vas a potenciar”, explica Sara.

Ahora comprendemos que lo único importante que nos tuvo que dar nuestra madre fue la vida, todo el resto es a nuestra cuenta. Empezar a agradecer las pruebas y los sufrimientos que hemos tenido porque fue por ahí que aprendimos es un paso de evolución emocional gigantesco. Ahí nos dejamos de poner en lugar de víctimas.

Y agrega Sara Levita: “De hecho muchos hemos recibido muchísimo más, atención, nutrición, educación, tantísima noche sin dormir. Cuando vas diciéndole sí a todo tal como fue, reconciliándote con esto tan grande y sagrado, cuando vas sonriéndole a tu madre, es cuando la vida también empieza a sonreírte.

Tal como tratas a tu madre te va a tratar la vida, tal como te relacionas con ella la vida se va a relacionar con vos en cualquiera de sus formas. Del mismo modo, cada vez que algo no fluye, la primera pregunta que uno se tiene que hacer es qué es lo que todavía no reconocí y agradecí, ante qué todavía no me incliné y me falta alcanzar una honra.

Hay una palabra mágica y es gracias. A partir del amor que hemos sido capaces de tomar, podremos agradecer incondicionalmente más allá de la historia personal. Porque solo cuando uno toma puede soltar. No se puede soltar aquello que no se tomó, aquello que no tiene”.

El lugar del padre

Ante tanta grandeza y heroísmo de la madre, el lugar del padre pareciera desdibujarse. Pero no es así y, de hecho, es responsabilidad de la madre que no sea así, una armoniosa danza entre el orden de la jerarquía y el de la compensación.

“El padre está al mismo nivel que la madre pero lo cierto es que, por la gestación y por todo lo que la madre pone en juego, la madre llegó primero. Esto responde a lo que se llama Orden de la Jerarquía e indica que el orden se tiene que alcanzar en principio con ella. Ahora, lo cierto es que gracias al papá nosotras podemos llevar la vida en nuestro vientre.

Aquí entra en juego otro orden, que es el Orden de la Compensación. Las madres nos conectamos con nuestros hijos mucho antes que el padre, pero el universo que es tan perfecto, nos da la posibilidad de compensar y de equilibrar la relación entre madres y padres cuando nuestros hijos crecen, y es dándole el permiso a nuestros hijos a que vayan al padre.

Porque la lealtad de los hijos a la madre suele ser tan grande que, si nosotras en el alma no damos permiso, si no los autorizamos, los hijos en general no llegan al padre. Y cuando un hijo no llega al padre no va a tener fuerza para salir al mundo y realizarse plenamente.

También puede haber cierta distorsión en el criterio de realidad porque el padre es la salud mental, es quien da la estructura y la organización. Es quien da la fuerza y la seguridad para que, de puertas de casa hacia afuera, el hijo pueda realizarse y alcanzar su lugar como adulto en su camino de individuación”.

Sara Levita también explica que este permiso de la madre a los hijos para que vayan a su padre, tiene especificidades.

“Cuando se trata de hijos varones, la madre tiene que dar ese permiso porque no tenemos idea de cómo colaborar para que nuestros hijos alcancen su masculinidad, no hablo de la sexualidad sino de su identidad de ser en el mundo. Necesitan ir a su padre no solo para que puedan ofrecerse a una pareja como hombres sino en sus profesiones o labores.

Ahora, cuando un hijo varón va al padre no hay retorno y por eso cuesta tanto soltarlos. En cambio, cuando no hacemos lugar al padre con hijas mujeres, suelen ser mujeres que les va a costar realizarse en lo laboral y definir su vocación, así como tener una sociabilización que les dé un marco de seguridad y de pertenencia.

Quizá ahí no se va a poner en juego la identidad porque las hijas mujeres nos hacemos mujeres con las madres y no con los padres, pero va a afectar un área importantísima en la vida. Eso sí, las hijas mujeres cuando van al padre y toman su amor, retornan a la madre, porque con ellas van a desarrollarse como mujeres.

Nosotras como madres tenemos la obligación, el deber de hacer este lugar porque un hijo es resultado del 100% de la madre y del 100% del padre”, remata Levita.

Hijos dados en adopción

Un tema espinoso en esto de reconocer la grandeza de la madre es el caso de hijos descuidados o dados en adopción. La mirada de las constelaciones familiares nuevamente ofrece un bálsamo.

“Lo que aparece en las constelaciones como un común denominador es que las madres que dan en adopción renuncian a sus hijos por amor, para preservarlos de un destino altamente peligroso que vienen con ellas. Un hijo que fue dado en adopción y logra ver la renuncia y el dolor tan grande de esa madre que lo entregó para preservarlo, por ejemplo, de su propia peligrosidad, podrá dar vuelta una página de su vida, asumir una nueva conciencia y empezar a construir una historia sobre el amor y no sobre la falta de amor.

La física cuántica ya lo dice: el ojo del observador modifica la experiencia, empezás a mirar diferente lo mismo y todo va a cambiar alrededor”.


Concluyendo, el acto de tomar y honrar es nuestra responsabilidad.

“Quién honra a la madre honra a la vida. La honra implica un movimiento donde se inclina la cabeza, se inclina la mente, el ego, las creencias, los pensamientos y en ese momento se reverencia lo sagrados que no solo es la madre. Es la fuerza de la vida a la que la madre y el padre se ofrecieron para ser tomados como instrumentos para pasar la vida, para que vos llegues”, cierra Sara Levita.


VIDEO de la entrevista

PODCAST de la entrevista

Si los hijos creemos que podemos salvar a nuestros padres, somos arrogantes

 

Monica Baum, septiembre de 2020